Cuando Julio Cotler iba a cumplir 80 años, sus colegas y discípulos del Instituto de Estudios Peruanos querían hacerle un gran homenaje. No era para menos. Cotler era el corazón del IEP, no solo como su director formal, cuando lo fue, sino como el guía indispensable para orientar una investigación con las preguntas correctas. Su horizontalidad, su trato abierto y franco en el día a día, su enorme generosidad intelectual, eran muy apreciadas por todos. Pero había un pequeño problema. El homenajeado detestaba la pompa que suele acompañar estos eventos. No quería ninguna celebración. Me pidieron, como alguien de fuera, que participara y rápidamente caí en cuenta de que había que convencerlo. Le tenía aversión a la huachafería y mucho más a ser el centro de atención.
Conocí a Julio Cotler cuando comencé hace 20 años en RPP. Lo mejor que te da el periodismo (tal vez lo único realmente valioso) es esto: conocer y tratar con personas brillantes, seres de enorme humanidad, cuya presencia brillará por mucho más que nuestra existencia. Muchas cosas lo hacían un invitado indispensable. La primera, comunicaba bien. No es fácil para un académico salir del lenguaje de sus pares para dirigirse a un público mayor. Lo segundo, la contundencia de su mensaje. Tenía una cualidad que he admirado y envidiado: sabía leer el Perú. Un observador nato que desde las ciencias sociales miraba cómo se desenvolvían ciertos factores, cómo se alineaban y se desplazaban, para darte, sin equivocarse, el resultado final de la trayectoria.
Cotler le dijo a todo el Perú que “los Humala iban a sacar 30% de la elección” años antes de que Ollanta Humala formara un partido. Después del 2006, cuando esto sucedió, se convirtió en el oráculo de mucha gente joven que lo conoció a través de la televisión (en esto, me declaro culpable). Marco Sifuentes, con su gran sentido del humor, puso de moda en las redes sociales la frase “Cotler was right” y lo bautizó como “Magneto” en referencia a un personaje de los X Men. Sin embargo, él insistía en que se equivocaba y mucho. Lo que pasa, me decía, es que no reconocen el valor de las ciencias sociales para entender el país. Él solo estaba usando las herramientas que dominaba.
Es curioso que un intelectual serio, dedicado por décadas al estudio y difusión del pensamiento académico, pudiera conectar tan bien con jóvenes que podían ser sus nietos. La explicación está en el trato que tuvo con todos. Fuera del aire, el usted quedó de lado al instante. Su curiosidad por todas las cosas era enorme. Les sorprenderá saber que la primera persona que me habló de Google con entusiasmo fue él. Y de tantas cosas más. Estaba atento al mundo y atento a los demás. Era natural entonces que su generosidad fuera enorme. Un día lo visité en casa y le pregunté por su biblioteca. Esperaba que se abriera una puerta mágica que me llevara al paraíso de los libros. Se rio. Me contó que todos sus libros, desde siempre, estaban en la biblioteca del IEP para uso de todos los que los necesitaran. Gran lección.
Muchos decían que era un pesimista. Lo aparentaba. En el fondo era un hombre muy emotivo que sufría mucho por ver a su país ir de tumbo en tumbo. Habiendo sufrido en carne propia los abusos de la dictadura (fue desterrado por Velasco) y siendo testigo de primera fila de acontecimientos históricos (en Arequipa me contó su participación en la revolución de 1950) no quería para el Perú más que una democracia sólida e instituciones respetadas por todos. ¿Era mucho pedir?
Finalmente lo convencí de que había que celebrar su cumpleaños. No podía, le dije, dejar de ver que no había más que cariño honesto y agradecimiento de quienes más que colegas eran sus amigos. Aceptó a regañadientes. Vinieron invitados internacionales con la condición de que hablaran de investigaciones, pero no de él. El día de la celebración, que me tocó moderar, no le hicieron caso y por supuesto hablaron de él. Lo recuerdo hoy, en este día tan triste, emocionado hasta las lágrimas. Como a los hombres de su generación, le gustaba guardar sus emociones para sí. Ese día no pudo. Ahí entendí por qué detestaba los homenajes. Espero, con iguales lágrimas, que me perdone por este.
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